Estábamos un grupo de amigos desayunando y por
los amplios vitrales del restaurante vimos acercarse caminando
a una chica que tenía “buen lejos”…
Los hombres somos perronotes y parecía que nos
habían llamado con campana. La plática del café se detuvo
y todos estaban con la mirada clavada en esa escultural figura
que se acercaba con una faldita minúscula y unas
piernas preciosas…
Ya cerca, la chica se dio cuenta de que era objeto de
nuestras miradas y en lugar de tirarnos de a locos entró en
una lucha inútil para tratar de que la falda le cubriera siquiera
un poquito más…
Era imposible. No se ocupó en su manufactura más
allá de unos centímetros de tela y no de hule, así es que
nomás no se estiraba y le llegaba, por arriba, apenas a la
cadera e iba enseñando ombligo…
Seguramente que al estarse vistiendo, se dio cuenta
de que la faldita apenas le cubría y que por llevarla a la
cintura, seguramente se le saldría el calzón en una agachada
o simplemente al caminar. Si lo sabía y lo vió en su espejo,
¿por qué decidió salir a la calle a provocar las miradas y
hasta alguna falta de respeto? Seguramente porque eso le
gusta, ¿nó?…
Si no le quedamos mirando, eso es lo que ella buscaba,
atraer las miradas, entonces ¿para qué pretender que
la falda cubra lo que ella sabe que no cubrió desde dentro
de su casa?
Eso es hipocresía…
Es todo. héctor garcía alvarez